sábado, 31 de octubre de 2015

EL ANARQUISTA FURIBUNDO 2 PARTE

El discurso del Sr Atienza, como ya reflejamos en la primera parte, comenzó tibio, dubitativo y nervioso ante la expectación de sus correligionarios. No así ante sus refractores deseosos de encontrar una chispa incendiaria para liarse a guantazos con los palmeros del anarquista. Con tono agresivo el Sr Atienza viró hacia  temas espinosos tildando al clero de retrogrado,y moralino. Más agresivo estuvo aún cuando sostuvo con vehemencia  la carencia  de callos en las manos de los sacerdotes que regala  el duro  trabajo del campo  por unas manos delicadas y femeninas que repartían  hostias entre el rebaño.  "¡cuando nuestras asambleas campesinas y obreras lleguen al poder, la desamortización de Mendizábal será un piscolabis en comparación con lo que les vendrá encima, camaradas!"

Una amplia sección de asistentes abucheó enfervorecida al Sr Atienza produciéndose los primeros altercados. Comenzaron los conatos de agresiones selectivas hacia los que no habían abucheado o habían aplaudido tímidamente la arenga anticlerical. El ambiente se estaba enrareciendo de manera acelerada y con un inoportuno cierre de discurso  hasta el borde de la locura cegata, remató catalogando a la monarquía de mongólicos, hemofílicos y puteros. Se produjo entonces una revuelta sin parangón: golpes, insultos, conato de agresión por cuatro mozos de Sancti Spiritus que intentaron subir a la tribuna para dar su merecido al insurrecto malagueño  y, entre toda la algarabía, un pequeño incendio en el palco superior.

El Sr Atienza escapó escoltado por los universitarios saliendo por la puerta trasera del teatro que, con mucha prevención y sagacidad, habían forzado los estudiantes durante el discurso

- ¡¡¡¡Sabotaje, sabotaje!!!! - gritaba el Sr Atienza fuera de sí. 

Huyeron fuera de murallas hasta cobijarse esa misma noche bajo el puente romano que separaba la ciudad del miserable barrio de El Puente, todavía medio en ruinas a causa de la inundación del 22 de diciembre del año anterior

Los policías municipales y  especialmente el Concejal Antonio Galán, se emplearon a fondo dando cachiporrazos y bofetones a los que previamente había anotado en la lista  Manolo el Guardia. Este, por su parte,  seguía escribiendo en la libreta no se sabía muy bien el qué, pero sin muchas intenciones de desenvainar  la porra, La única salida habilitada del Teatro se había convertido en una ratonera para los que aquella noche del 26 de junio acudieron al "meeting" sin otra intención que escuchar al afamado revolucionario y que eran, para su propia desgracia, sospechosos de ser señalados como acólitos de  ideales anarquistas. También se emplearon a fondo los cuatro mozos de Sancti Spíritus que no tenían muy claro porque repartían puñetazos a diestra y siniestra pero que debían cumplir la misión que el concejal les había encomendado días antes  a cambio  de ocho cuartales de pan hechos con harina fina y dos botellas de vino tinto peleón. También participaron activamente en la represalia otros asistentes de corte conservador sin más intención que boicotear el acto violentamente. Objetivo cumplido.

Entre todo ese follón de golpes e insultos Gabriel, promovido por la emoción de la revuelta gritó en la antesala del Teatro 

- ¡Viva el anarquisismo! - movimento engendrado por él unos instantes antes de entrar al Teatro Nuevo

Esa temeridad de poner las cosas peor de lo que estaban, habitual en Gabriel, llamó la atención de Antonio Galán que viendo que el vítore provenía de uno de los tres "imbéciles" del Colegio de San Cayetano armó el brazo como quien disputa un punto decisivo de pelota  centrando su objetivo en el que más abultaba de los estudiantes: Isidoro.   Cuando el sopapo parecía inevitable un grito  dominó la escena deteniendo la pelea "ipso facto", para suerte de Isidoro que quedó incólume de una marca en el moflete

-¡Hay un muerto en las Cuatro Calles! ¡Han asesinado a un hombre!. 

Buena parte de los asistentes, agredidos y agresores, siguieron a los tres guardias y a Antonio que corrieron hace el punto del suceso, el cruce entre las Cuatro Calles y la Calle Sepulcro, frente al palacio de los Miranda Ocampo, o como era conocida por todos: la Casa del Ceño.

El cuerpo de un hombre desconocido  yacía tendido  en el suelo con la sien agujereada a causa de la deflagración. Un reguero de sangre  firmaba de rojo la horrenda escena frente a la apuntalada puerta de entrada de la casa nobiliaria . El hombre anónimo, vestía elegantemente un traje de paño fino veraniego. Sobre su cabeza aún permanecía inalterable un sombrero de bombín enroscado concienzudamente que, pese al disparo, aun permanecía sujeto al troncho  como si de una sola pieza se tratara. Pero sin duda, lo que más llamó la atención de su aspecto, fue el poblado mostacho que gastaba el finido con la puntas afiladas y enroscadas cual cornamenta de búfalo.

- ¡Maldito asesino!- gritó Antonio Galán frente al cadáver-. ¡Juro que daré contigo, aunque sea lo último que haga!

Después del grito juramentado, un silencio atroz y mortal inundó la escena de estremecimiento entre los curiosos pues Antonio, fuera de sus cabales, causaba pavor, No hizo falta decir nada más para entender que viandantes y fisgones sobraban en la calle.
Calle Sepukcro

Isidoro, Gabriel y José María hicieron el amago de marcharse tomando la calle Sepulcro hacia arriba. Sin ser vistos por nadie, se escondieron en un portal que aún les diera la visión del suceso.¿Cómo se iban a perder un nuevo homicidio del asesino renacentista sin recabar alguna pista del suceso?

Lo mismo pensó "El López", editor, columnista y director de la gaceta quincenal "Columnata Farinata" que también se escondió en un portal frente a los estudiantes para recopilar la carnaza necesaria en su próxima e impactante publicación. Los tres estudiantes se quedaron paralizados y muertos de miedo al ver cómo se guarecía  frente a ellos este extraño y siniestro personaje de poblada barba ataviado siempre  con un gorro que cubría parte de sus oscuras gafas. Un cruce de miradas fue suficiente para entender que allí sobraba alguien. El López salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia la muralla y perderse entre los glacis.

Y no lejos de allí, difuminado entre las piedras de Ciudad Rodrigo, agazapado hasta asestar su próximo golpe mortal, el asesino renacentista escuchaba para su satisfacción los juramentos del Concejal.

(Continuará)


PRÓXIMO LIBRO
EL ASESINO RENACENTISTA DE LAS CUATRO CALLES


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