jueves, 7 de enero de 2016

LAS BUENAS INTENCIONES SE ESTRELLAN CON LAS REALIDADES


(Nota introductoria)
No diré nada plausible, ni pasaré a la posteridad pues lo que continuación describo se repite de manera constante en cualquier blog de reflexión educativa.  Un colega y amigo, secretario en un Instituto, me ha pedido que le prepare un pequeño texto justificativo de la importancia de la formación a nivel de centro ya que quiere presentar algo a su claustro suficientemente convincente o que al menos remueva conciencias para que se haga en un futuro un Plan de Formación de Centro. 
Comencé con muy buenas intenciones y hasta, sorprendentemente en mí, medio bien escrito. Tristemente terminé despotricando y volviendo a los problemas de siempre despidiéndome con un "esto no lo arregla ni la madre que lo parió" Evidentemente el texto justificativo para mi amigo será revisado, por no decir cambiado por completo, pero ya puestos lo dejo en crudo en este blog ya que solo trasciende a unos pocos pacientes lectores. Comenzamos.

La mejora de las competencias profesionales docentes adquiere en la actualidad una importancia significativa debido a los cambios  que la sociedad del Siglo XXI nos está reportando. Estos cambios se producen a gran velocidad influyendo de manera directa en estándares económicos, sociales y relacionales. Aquellos "sistemas educativos" invariables o inamovibles ( no me refiero a los gubernamentales, sino a los de un centro, un aula o un profesor) se ven en constante entredicho pues derivan en procesos de enseñanza-aprendizaje descontextualizados que producen, a la larga o a la corta, resultados descorazonadores que llevan en algunos casos a la frustración y desasosiego.
De esta manera debemos hacer un ejercicio de reflexión y también autocrítica con respecto a una misión, visión y valores que pretendemos inculcar en nuestros alumnos teniendo una perspectiva que va más allá de una mejora de resultados académicos, inherentes a un proceso de enseñanza aprendizaje, y proyectarlos a una “preparación para la vida” en una sociedad, como se ha dicho, en continua y frenética evolución.

(Hasta aquí todo va bien, pero empiezo a crecerme y perder el norte. El objetivo inicial del texto para mi amigo empieza a invalidarse por sí solo, so riesgo de que le cuelguen en su centro si lo presenta tal cual a sus compañeros)

Los avances y recientes descubrimientos de la neurociancia con respecto a cómo se produce el aprendizaje, no dejan lugar a la duda o al “yo opino”. Pese a todo, quizás por desconocimiento, se sigue escuchando “yo enseño como he hecho siempre” o “solo cabe el éxito ante el esfuerzo y el estudio” Habida cuenta de los resultados estas frases que aún se escuchan, afortunadamente cada vez menos, no solo muestran una evidencia de irreflexión sino que dan muestras que importa poco o nada un aumento de objetores escolares que alcanza números bochornosos.

Dicho esto “el cambio” ejecutivo en un centro escolar debe partir del núcleo de acción. El currículo oficial nos marca unas pautas comunes con respecto a unos estándares de aprendizaje, unos criterios de evaluación y unos contenidos básicos que deben impartirse en cada nivel (LOMCE) Más allá de hacer una crítica a la normativa vigente, que se puede y se debe hacer aunque esta acabe cayendo en el saco roto y en la pérdida de un precioso tiempo, debemos asumir que de nosotros depende hacer un cambio y cómo vamos a llevarlo a cabo: es decir, entramos de lleno en la compleja palabra que aún hoy nadie se atreve a definir coherentemente: la metodología.

(Aquí me meto en el meollo del asunto y trato de salir con cierto embarullamiento. Definitivamente el objetivo inicial del texto pierde toda validez para fortuna de mi amigo)

Una metodología “ad hoc” o una metodología común para todos sencillamente no existe ya que entran factores clave y determinantes a título individual en el profesorado como: su competencia comunicativa y organizativa, su iniciativa innovadora, si predisposición hacia la autoformación y la inquietud científico didáctica (esto no solo compete a psicopedagogos y orientadores), su capacidad de gestionar emociones e intereses de los alumnos, su competencia tecnológica, su predisposición al aprendizaje constructivo y no unicamente instruccional, su predisposición a enseñar y aprender en entornos virtuales, su capacidad para gestionar aprendizajes cooperativos y motivadores  para los alumnos (aprendizajes por proyectos, basados en el juego, en el reto), su implicación con la familias y sobretodo, y esto engloba todas las anteriores, su capacidad creativa. Estas “habilidades” no se evalúan a la hora de formar parte del cuerpo docente sino que parten de un proceso de concurso oposición que, cuanto menos debería ser revisable y contínuo, pero esta no es la cuestión pues destaparíamos la caja de los truenos. Los servicios formativos de la administración intentan dar una respuesta a estas carencias que, quien más quien menos, todos tenemos. Del éxito para que esta formación permanente confluya en una mejora, el centro educativo debería ser el principal protagonista para dar  identidad propia, coherencia y objetivo unificado. Por tanto la formación no depende de una consecución de cursos, grupos de trabajo o seminarios, sino de un objetivo o Proyecto Formativo unificado y coherente que aporte una singularidad y muestre a la comunidad y a la sociedad cómo se enseña y aprende y, sobre todo, qué valores se transmiten sea colegio o instituto. Por tanto no se habla solo de contenidos, sino también de valores, de compromisos y de hacer partícipes a la familias: en definitiva de ser un mejor ciudadano que deberá adaptarse a una sociedad en continuo cambio
¿Y eso cómo lo hacemos?

(Esta coletilla de "¿y eso como lo hacemos"? la he utilizado cientos de veces cuando no tengo respuestas ni soluciones pero lo dejo caer por ver si alguien entra al trapo)

Podemos empezar por hacer autocrítica y dejar de echar culpas a las familias, a la tecnología móvil, a nuevas leyes educativas con su aumento exponencial de burocratización (esto sí que es cierto) y pensar que quizás nosotros también estemos haciendo algo o muchas cosas mal. Decir esto no es políticamente correcto pues se te juzgará de remilgado o listillo. Pero si todos fuéramos conscientes que debemos cambiar muchas cosas habremos conseguido un primer paso. De nuestra mano queda ahora empezar a ejecutarlo.

(Después de esta solución naif y más que evidente me meto de lleno el meollo: la cruda realidad. Lo que tantas y tantas veces he escuchado en estos últimos diez años. Mi amigo respira pues le digo que no haga ni caso de este texto y que ya le presentaré algo más formal, con bonitas palabras para que nadie se ofenda)

Y es en el momento de la ejecución dónde volvemos a los problemas "trascendentales" que harán un bucle de difícil salida: esto supone mucho trabajo, yo no renuncio al libro de texto que me lo da todo hecho, las familias cuanto más lejos mejor, la administración no me dejará hacer cosas "diferentes", no renuncio a mi horario de coche y no sacrificaré una tarde para formarme... Es decir, esto no lo arregla ni la madre que lo parió

(Mi amigo coincide conmigo en algo: esto no lo arregla ni la madre que lo parió)