miércoles, 30 de diciembre de 2015

SOSPECHAS INFUNDADAS

Ha llegado el momento de cerrar los acontecimientos producidos en los últimos días de junio de 1910 en Ciudad Rodrigo. El nuevo crimen del Asesino Renacentista frente a la puerta de la Casa del Ceño o Casa de los Miranda Ocampo, que ya relaté para mis queridos y exiguos lectores en número, que no en capacidad de intelecto, con las entradas anteriores (veáse la trilogía del Anarquista Furibundo y el pasaje de El misterioso caso del bigotón y la tinta china) llevó a los  tres estudiantes del Colegio San Cayeto, acompañados y dirigidos por Leonarda, a investigar el comprador  del mostacho artificial y la tinta china roja. Vamos a los hechos.


Era lunes, concretamente 28 de junio, y como se acordó el día anterior,  los cuatro jóvenes quedaron frente a la Puerta del Registro. José María, el más puntual, esperaba a sus dos amigos y a Leonarda, su secreta admirada, viendo el devenir  cotidiano del pueblo. Qué distinto era  todo de su ciudad natal, Santander: olor, paisaje, bestias campando por los glacis y exhabruptos como saludos matutinos que mostraban una cordialidad, si se quiere un poco primitiva, pero sincera y de corazón:
- ¡Yeeeeeeahhhh! ¿dónde va uhtez hoy, gañán?

Cómo era posible que en apenas seis meses de estancia en la ciudad castellana se hubiera enamorado de esta tierra. Se sentía libre, querido por sus nuevos amigos y secretamente enamorado de la prima de Clarisa "la larga", nombre que evitaba decir para no delatar su temblor de labios y sus gallos pubertinos.

Después de sufrir la habitual impuntualidad de Gabriel, que justificó con una sucesión de incoherencias difícilmente creíbles, tomaron la Rúa Vieja, antes Calle Tabernilla del Vino Blanco y hoy Calle Madrid, para ir a la tienda de disfraces "Justino".
-Dejadme a mí tomar la riendas de la investigación, Con mi facilidad de verborrea y tesón, pronto daremos con el sagaz homicida, y la muerte del desgraciado fiambre  esclarecida.- Interpuso Gabriel antes de entrar en la tienda de disfraces.

Sus acompañantes se miraron con incertidumbre y preocupación pues cuando en  Gabriel afloraba la vena poética, normalmente los lunes por la mañana embriagado por el efímero encuentro con Clarisa  en la Iglesia de San Andrés, algo solía salir mal.
- Buenos días señor Justino, Sin demora ni titubeos, y mucho menos rollos macabeos, díganos qué cliente o ciudadano ha comprado como parroquiano, este bigotón fraudulento, sin el más mínimo amedrento.

Gabriel le mostraba el bigote cogido por el pulgar y el índice mostrándole el peludo objeto. Éste bamboleaba como un reloj de péndulo diseminando un olor a orín cada vez más pestilente.
- Diablos ¿a qué demonios huele esto?- le contestó  Justino sin atreverse a coger el mostacho de artificio- Sí, este bigote es de mi tienda pero ahora no recuerdo quién lo compró.
- Quizás esta modesta calderilla,  haga que su mente de morcilla, regurgite un efímero recuerdo que nos saque de este entuerto.

Gabriel dejó encima del mostrador unas monedas de valor ínfimo y se le quedó mirando fíjamente a los ojos esperando una respuesta.
- Mira chaval, te voy a dar un sopapo que vas a salir de aquí volando y no te van a quedar dientes para recitar más poesía.
-Discúlpele- interpuso Leonarda-, ha tenido un mal día. No tiene mala fe en sus comentarios pero hacer rimas de manera forzada le conduce a meter la pata constantemente. Nos es muy importante saber quién compró este bigote para devolvérselo pues creemos que lo perdió en un duelo... a mamporrazos en las cañoneras.
-Bien, creo recordar que este bigote lo compró ese personaje extraño que ha llegado a Ciudad Rodrigo hace unos meses.
-¿Pero quién?- repuso Gabriel con ansiedad  mientras recogía las monedas que había dejado en el mostrador.
- El redactor ese de "Columnata Farinata"; Es un buen cliente. En las últimas fechas me ha comprado barbas postizas, gafas oscuras y alguna que otra peluca. Si no fuera por él mis ventas se hubieran visto reducidas a cero. Ojalá tuviéramos un par de carnavales taurinos al año. Escribo al Ayuntamiento todos los meses para lanzar una propuesta carnavalesca veraniega  aduciendo que eso favorecería el comercio local, pero el Concejal Antonio Galán, me responde en vivo con una negativa breve pero taxativa: "Ni de coña inútil. Más te vale que vendieras productos chacineros de la tierra y no estas patrañas paganas"

Sin terminar su lamento los cuatro salieron de la tienda del señor Justino con un "hasta luego" al unísono.
-Diablos,- exclamó José María- el Asesino Renacentista es el redactor de Columnata Farinata. Creo que debemos comunicárselo de inmediato a nuestro profesor Celorico. Recordad que él nos puso el reto de descubrir al asesino.
- Lo hemos conseguido chicos. Hemos resuelto el caso- dijo con orgullo Isidoro.
- Somos implacables al malhechor, héroes farinatos que pasaremos a la posteridad. Nuestros nombres colgarán en las calles por los siglos de los siglos. ¡Viva el anarquisismo!

El vítore de Gabriel sobraba por completo pero él era así y había que dejar que  explayara su entusiasmo
-¿Y el móvil? 
- ¿Qué móvil ni que ocho cuartos? Somos héroes Leonarda. Tú y tu prima estáis invitadas cuando nos condecoren. Seré el primer héroe poeta de los tiempos modernos. 
- No hay crimen sin un móvil, sin un motivo. -le contestó Leonarda un poco enfadada- La gente se mata por una linde, por celos, por robos o engaños. Hay hombres que incluso matan a palizas a sus esposas por el simple motivo de ser mezquinos y machistas. Algo no me cuadra. Creo que debemos ir a la librería de Adolfo Cuadrado. Quiero recordaros que aún debemos investigar la misteriosa tinta china roja que bañaba la Calle Sepulcro y que cualquier idiota podía darse cuenta que aquello no era sangre.

De manera sucinta había llamado idiotas a los tres jóvenes. José María e Isidoro se sintieron aludidos pero aceptaron con la cabeza baja la sutil reprimenda. Gabriel, por su parte, sintió como su sueño de ver en la Plaza Mayor la Placa  "Plaza  Gabriel San Juan" se disipaba por completo.

En la librería de Adolfo Cuadrado dejaron que Leonarda tomara la palabra y que Gabriel ocupara un lugar más discreto so riesgo que nuevos versos colmaran la paciencia de los comerciantes con las consiguientes amenazas de bofetones.
- Buenos días, quería comprar tinta china de color rojo; un rojo sangre a ser posible.
- ¿Tinta china roja?- le contestó con extrañeza el librero-. Agotado. Tristemente no me queda ni un solo tarro. Hace bien poco se llevaron los cuatro botes que me quedaban. Bien pensé que me los comía con patatas y ahora, en menos de una semana, tengo demanda a tutiplén.
- Qué lástima. Necesitaba ese tipo de tinta ya que me entretengo, cuando termino de ayudar a mi madre en la tareas de la casa, a la decoración y policromado de figuritas de porcelana. ¿No sabrá usted quién se lo ha comprado? Quizás pueda llegar a un acuerdo y que él mismo me pudiera vender un poco.
-Seguro que te lo da amablemente sin que le hagas una oferta. Es un buen hombre, un poco taciturbo y ensimismado en sus pensamientos, pero muy amable y educado.
- Sí, ¿pero quién?
- Seguro que alguno de estos tres chicos le conoce bien si estudian en el Colegio San Cayetano. Es el profesor Celorico Sánchez Toribio.
Los tres chicos se quedaron blancos y estupefactos. Leonarda sin perder la expresión de amabilidad de su cara le dio las gracias a Adolfo despidiéndose con suma cortesía.
- No puede ser.
- No es posible.
- El asesino no puede ser nuestro profesor, él es el mejor del mundo.
- Puede ser una triste coincidencia chicos. Os repito que necesitamos un móvil y ...
- ¿Por qué nos manda averiguar unos crímenes que él mismo está llevando a cabo?- Dijo José María casi con lágrimas en los ojos.

Gabriel se fue a su casa sin despedirse muerto de rabia y tristeza. Nunca había tenido un profesor que le valorara tanto, que leyera con tanto entusiasmo sus cuentos y poemas incompletos. José María idolatraba a sus profesor Celorico contado a sus padres todas las enseñanzas que de él recibía. Isidoro lo veía como el padre que siempre quiso tener.

Les ganó el corazón desde el primer día que estuvieron en su clase.
"Dejadme el Ministerio de Educación y cambiaré el mundo. Comenzará con mi linchamiento" Era la frase que tantas veces repetía Celorico y que percutía en el alma de los tres jóvenes: "Antes que a usted le pase nada lo defenderemos con nuestra vida".

Mientras tanto, el Asesino Renacentista se vanagloriaba de haber llevado a los jóvenes investigadores por la senda de la sospecha infundada preparando un nuevo golpe mortal. ¿Y qué mejor fecha que la conmemoración del Centenario de la heroica defensa de Ciudad Rodrigo contra las tropas francesas?


PRÓXIMO LIBRO
EL ASESINO RENACENTISTA DE LAS CUATRO CALLES